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Poesía

Walker Evans en el formol de las palabras

'Pero ya el ojo vio en lo impenetrable./ Lo que la fachada no anuncia./ Ese lugar donde crimen y castigo se vuelven indistintos.'

Miami
Una de las fotos de La Habana hechas por Walker Evans.
Una de las fotos de La Habana hechas por Walker Evans. DPReview

 

No, señores apologistas, la Habana no siempre fue
una tacita de oro, ni de plata.
Walker Evans, con su Leica a cuestas, retrató
las vacas flacas del momento.
Sé que era el tiempo del crash y del dictador manchado.
Sé que debía sentir algún malestar
por no haber conversado con Joyce en París.
Él, que soñaba con ser escritor, sueño de hombre obstinado,
se conformó con narrar desde el otro lado del lente.
Eran tiempos de reinventarse, como son todos los tiempos.
Walker, gran caminante,
se perdió en los barrios salpicados de pobreza y anhelo.
A veces se iba a las afueras,
a retratar la cara del tiempo muerto.
La otra cara del crimen.
Retrató carretones, techos llovidos, campos ralos.
Números de la bolita, ropas tendidas, limosneros,
casas de llega y pon. "Pruebe y compare",
decía un anuncio de habanos.
Fume y olvide.
Su disciplina es ubicua, se desborda del plan.
La ciudad lo paraliza con su obligada austeridad,
se diluye en la delgada línea que la separa del campo.
El malecón aburre si no fuera por ese capón de nubes.
Walker Evans no deja de sorprender y sorprenderse.
Siga. Una flecha. Siga.
Una pared despintada, la argamasa asoma.
Siga. Una flecha. Siga.
Parece un cuartel. Es un cuartel.
El soldado de perfil y la escopeta al hombro.
Siga. Una flecha.
Deje la puerta libre.
Walker Evans en la acera de enfrente apunta,
dispara. Sigue, deja la puerta libre.
Pero ya el ojo vio en lo impenetrable.
Lo que la fachada no anuncia.
Ese lugar donde crimen y castigo se vuelven indistintos.
Evans sigue la flecha,
se aleja.
A unos pasos encontrará un burdel.
La puerta abierta.
Las mujeres abiertas.
El calor se mitiga con una palangana
de agua y verbena.
Nunca tiró esa foto.
El momento en que ella comienza el ritual
de mujer pobre, pero aseada,
de la que nunca recordará su nombre,
o puede ser que ni siquiera
preguntó.

 


María Cristina Fernández nació en Santiago de Cuba, en 1970. Es autora de cuatro libros de narrativa, cuyos títulos más recientes son No nací en Castalia (Editorial Silueta, Miami, 2016) y P (Ediciones Furtivas, Miami, 2020). La editorial Casa Vacía publicó en 2021 su poemario Miracle Mile y acaba de publicar Mandorla, al cual pertenece este poema.

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